No lo
pensó. Puede que las circunstancias se conjugarán con el destino mismo, y no
meditó si debía hacerlo o no: cogió la capa y se enfrentó al miedo. El animal con
cara enlutada paró un instante, y embistió como si el mundo se agotara. Las
emociones estallaron.
Ciertamente,
todo viene a colación de algo. Nada se ciñe el cinturón de la casualidad. Las
cosas suceden porque deben. Poco a poco, a lo largo de la vida nos vamos
implicando. Eso ocurrió en esa situación, que se convirtió en fuente a medio y
largo plazo.
El toro
de la luz, y de la muerte, rasgó el suelo, y le volvió a mirar. Se preparaba
para otro lance. Ambos se otearon como si la verdad se fuera al infinito. Y eso
ocurrió, para reverdecer otra vez.
Si le
hubiera dedicado dos segundos a escudriñar lo que intentaba realizar, todo se
habría detenido. Las circunstancias se superpusieron. No quiso vivir en los
ideales del pasado, y tiró hacia delante.
La
empresa era titánica, y quizá por eso no calculó. No quiso. La suerte estaba
echada, o eso estimó. Los hados son caprichosos. No obstante, ese día ganó él.
Efectivamente,
cogió los bártulos de la existencia, se movió ligero como el viento y se
enfrentó a ese toro que equivale a lo que todos llevamos dentro.
Pudo
convivir con él, mas no aguardó a planicies o buenos momentos. Era ésa la hora.
Cogió la tela y dio los mejores lances de su vida. Para eso se había preparado.
Todo sabía a reencuentro, y a futuro, y puede que a algo más, mucho más. Así
son, sin duda, las aventuras, y la historia personal, claro, si la quieres
exprimir.
Juan TOMÁS
FRUTOS.

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