Te quitas la
máscara en esta tarde que nos envuelve con y como la vida misma. Te seguimos.
Nos sacamos de atolladeros con una valentía que recrea puntos dulces, pero
también recuerdos que fueron ácidos. Sacamos provecho de todos.
Nos devolvemos a
las caricias que nos sugirieron presencias sin condiciones. Han sido y serán
con una parsimonia que nos enlaza con fines hermosos que se presentan como
inicios.
Nos hemos
observado. Aprendemos hasta de los silencios, que nos suben a la nave de la
paz, que nos insufla entusiasmos y ganas de victoria, necesariamente anónima.
Nos insistimos
desde las premisas de la grandeza de espíritu: para avanzar hay que soltar
lastre. Nos damos los buenos días más maravillosos, y lo son porque somos
menesterosos a la hora de entregar cuanto nos reporta la existencia, que nos
pone una estupenda música. Eso sí: nos toca aprender a sintonizarla en cada
momento, cuando cambiamos de lugar, pues las frecuencias de captación no
siempre son las mismas. Estamos con los ojos abiertos.
Los elementos se
congregan para dar con ese final que es recuperación. Nos subrayamos el respeto
como base de la amistad. Hemos de fermentar con las iniciativas más nobles que
anclan las bases de la sociedad. Las amenazas de los débiles, de quienes no
creen en el futuro del conjunto, han de dejarse atrás.
Nos contentamos
con la suerte que se nos brinda, que es mucha. Nos hemos especializado en
querer, y eso trae mucho y bueno.
Juan Tomás Frutos.

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